lunes, 9 de marzo de 2015

La patada.

Ese día me dolía la cabeza, 4 cajas de prozac y seguía viva, no me lo podía creer. La psicóloga me mandó de emergencia al psiquiatra para que me diera un diagnóstico... Otro, por que el primero no encajaba conmigo.
Aarón y yo estábamos sentados en las bancas de la sala de espera, yo trataba de convencerlo de que es un gran amigo, sin importar cuánto le dijeran lo contrario, que cuando uno necesita una patada un amigo debe dársela. Para su desgracia el resto de sus amigos creen que la amistad depende de la cantidad de tiempo que dos personas pasen juntas.

Sentí la patada y supe que no me pertenecía y que no era personal (diría que no era para mi, porque no era la intención, pero sí era para mi); aún recuerdo la sensación de la suela en mi oreja y cara. Cuando volteo hay un hombre flaco, alto, mirándome con cara de furia, los ojos encendidos y una posición retadora en su cuerpo. Aarón se paró en toda su elefantezca extensión, sacando ese pecho amplio, lleno de puro amor, que lo caracteriza, y lanzando un estrepitoso "¡Por eso, pendejo!". A mi no me dolía, pero no me quería mover por miedo a que volviera a agredirme y no lo pudieran detener, se veía fuerte y fuera de si.
Por el pasillo llegaron los enfermeros corriendo y taclearon al loquito, lo controlaron y le administraron un antipsicótico. Yo me levanté y los seguí. fui hacia el pasillo de atrás, pero al ver que no me daban atención me enfurecí, y como buena borderline, hice un berrinche, aunque no me sentía así.
La enfermera me atendió casi de inmediato al verme arrojar mi mochila al suelo y chillar. Entramos al consultorio, me bajo los pantalones y me recuesto en la camilla para que me pongan el keterolako que evitará que me duela mas tarde. apoyé mi barbilla sobre el dorso de mi mano. Para mi sorpresa mordía bien (hace años me caí de una yegua, me golpeé en la quijada y la tenía un poco chueca). Me causó gracia... mucha gracia, cuando necesitas una patada, la vida te da una patada. Me reí, naturalmente. Me reí mucho, lo cual, comprenderán, queridos lectores, en un hospital psiquiátrico puede ser peligroso, de modo que tuve que explicar a Aarón y a la enfermera, entre risa y risa, qué me hacía tanta gracia.
Cuando salimos del pasillo oscuro llamaron mi nombre, era mi turno. 
Un psiquiatra vio toda la escena de frente y por mera curiosidad quiso atenderme, cuestión que no tardó en confesar, añadiendo: "Los psicóticos pueden oler tus energías"
Me preguntó que qué me llevaba allí. "Me mandó la psicóloga por que me quise matar", le dije claramente y sin rodeos, a lo que Aarón reaccionó abriendo desmesuradamente los ojos. Las ganas de morir seguían ahí. Me preguntó algunas cosas y se sorprendió cuando le dije el promedio que llevaba en la escuela. 
Me habló de comportamientos que suelo tener, directo, me recordó un poco a mi. Tres minutos en su consultorio y él ya lo sabia. 
"Eres muy buena en el sexo, desordenada, desorientada, sensible. Tu tienes un trastorno que se llama borderline. Yo también lo tengo, se puede controlar con medicamentos." Me dice con una sonrisa coqueta. "Es como vivir todo el tiempo entre la neurosis y la cordura, pero cuando te estabilizas puede ser el paraíso."
Luego me recetó un medicamento y se despidió. 
Cuando llegué a casa leí sobre mi diagnóstico. Fue entonces que pasé de ser observadora del trastorno a actríz del mismo. 
En este blog les comparto todo lo que voy descubriendo y trabajando con mis reacciones, los efectos, lo que me funciona y lo que no.
Borderline S.A. Guía para los que viven a la sombra de un trastorno.

No hay comentarios:

Publicar un comentario